Quienes me sigáis por aquí desde hace tiempo ya os habréis dado cuenta que mis reseñas van por rachas. Una tanda de anime, otra de manga, otra de libros juveniles y así. Pues se ve que estoy en una de mis rachas de clásicos literarios (más o menos modernos) y es que van cuatro seguidas de historias que ya tienen sus añitos, aunque totalmente dispares entre sí.
También es cierto que me apetece ir tachando libros del listado de los 1001 libros y estaba segura que éste era uno de ellos. Pero no. Cuando lo terminé y fui al documento con la lista vi que el único que sale del autor es La llamada de la selva. Menudo chasco más tonto.
Argumento
Las Tierras Vírgenes de Canadá eran un mundo salvaje, duro y cruel tanto para humanos como para animales. Comer o ser comido. Matar o morir. Así eran las cosas cuando la fiebre del oro atrajo a muchos buscando fortuna a finales del siglo XIX.
Esta historia comienza precisamente tras la muerte de un hombre en estas inclementes tierras. Dado que era un lord, pudieron pagar el traslado de su cadáver para ser repatriado a su hogar. El primer tramo del trayecto lo cubrían dos hombres que portaban el ataúd en el trineo tirado por seis perros. Estaba siendo un invierno muy duro y pocas criaturas se movían en el bosque. Cuando una manada de lobos hambrientos los empezó a seguir, dio comienzo una dura batalla de estrategia y resistencia.
De esa misma manada nació Colmillo Blanco, un lobo con un poco de sangre de perro corriendo por sus venas. Desde que salió por primera vez de la cueva que fue su hogar, tuvo que aprender las leyes duras que regían su mundo. Primero las de la naturaleza y, más adelante, las del ser humano.
Reseña
Ha dado la casualidad de que hace justo diez años leí La llamada de la selva (o "de lo salvaje", según la edición, lo que realmente le pega más), la primera novela de este autor que me animaba a probar. Hoy vengo con lo que se podría considerar la otra cara de la moneda de esa misma historia pues las tramas de ambas son paralelas sólo que van en sentidos opuestos. Si en aquélla teníamos a Buck, un perro en el que se despertaban sus instintos heredados de generaciones anteriores de seres libres y salvajes, aquí el proceso es el contrario, con un lobo con muy poco de perro que se va adaptando a la vida con los humanos.
Lo cierto es que me podría limitar a repetir lo que decía en la otra reseña porque son historia hermanas en el estilo y el tipo de circunstancias que viven los protagonistas de cuatro patas. No obstante, como realmente recuerdo muy poco de aquel libro, me voy centrar en hablar de éste sin hacer más comparaciones.
Colmillo Blanco se estructura en cinco partes de tres a seis capítulos. La primera parte, que es la más breve, es la que narra la aventura de los dos viajeros que trasladan el ataúd. Digamos que es un prólogo que se podría leer casi como relato corto independiente. La historia de Colmillo Blanco empieza realmente en la segunda parte, primero conociendo a los padres de éste, dos miembros de esa manada hambrienta, llegando a su nacimiento y, a partir de ahí, siguiéndole a él.
El autor hace mucho hincapié en la idea del entorno y las circunstancias como moldeadores del carácter de uno. Varias veces usa la metáfora de la arcilla a la que se le da forma, no sólo para Colmillo Blanco, sino también para algunos humanos. Esto, la capacidad de adaptación a los cambios y la idea darwinista de la supervivencia del más fuerte son las claves de toda la historia.
El libro tiene muchos momentos fuertes y duros, no adecuados para estómagos sensibles. Es ese tipo de realismo brutal y descarnado, casi como si viésemos un documental. Y luego pasamos de esa crueldad de la naturaleza a la crueldad humana, con algunos personajes realmente odiosos y escenas que te llenan de rabia. Por suerte, no todo va a ser maldad en la vida del peludo protagonista y también conocerá el amor y la ternura.
A pesar de la escasez de diálogos, el libro tiene un buen ritmo y no aburre en ningún momento ya que no se excede en descripciones farragosas como podría temerse. También le veo la virtud que no "humaniza" a los animales. No razonan como tal, pero nos muestra las cosas desde el punto de vista animal, resultando todo bastante realista.
Sí que hay que reconocer que peca de un racismo poco disimulado. Para Colmillo Blanco, los humanos somos "dioses": podemos usar palos y piedras, crear fuego y refugios. La cuestión es que establece que los blancos, que aparecen ya en la cuarta parte, son muy superiores a los indios. Esto se basa en las construcciones del poblado al que le llevan, edificios sólidos de troncos frente a los tipis indios. Esto queda establecido como un hecho sin más reflexión por parte del autor y, desde una perspectiva actual, la verdad es que chirría. Es lo que tiene que el libro fuese escrito en 1906.
En definitiva, si os veis con ánimo de enfrentar algunas escenas brutales, las dos novelas son muy recomendables. Duras, intensas, pero fascinantes. Relatos de aventuras con altas dosis de crudeza pero algún momento esperanzador que acaba logrando que superar los pasajes más feos merezca la pena. Un viaje de ida y otro de vuelta de lo salvaje a la civilización.
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