Justa, pero he llegado. Aquí el último libro del reto de los Imprescindibles de 2016. Llevo realizándolo cuatro años con éxito y, desde entonces, he podido disfrutar de un buen número de clásicos maravillosos. Sin embargo, es un modelo de reto que se me agota por el simple motivo de que las listas originales en que me baso tienen un sesgo de género muy fuerte. Tanto este año como el anterior he conseguido que fuesen lecturas paritarias pero en los dos años anteriores hubo el doble de autores que de autoras (podéis comprobarlo: 2013, 2014, 2015 y 2016). Y son ese tipo de cosas que no se perciben hasta ser feminista. Así que en el 2017, que está a punto de empezar, voy a mantener mi reto personal de leer 12 clásicos, pero le daré una vuelta de tuerca. Y os estaréis preguntando por qué he divagado tanto aquí. Pues porque en este libro que voy a pasar a reseñaros a continuación, se da este mismo problema.
Argumento
En un futuro no muy lejano, la sociedad está inmersa en un caos de estímulos audiovisuales constantes, de manera que los ciudadanos viven en un mundo paralelo de televisiones que ocupan paredes enteras, coches cada vez más rápidos y radios a modo de audífonos activos 24 horas. Todo esto hace que estén alejados de la cruda realidad, ignorando la posibilidad de que estalle una guerra inminente.
En este mundo, los libros han sido prohibidos, ya que hacen pensar, y pensar sólo genera problemas. Lo importante es que la gente disfrute y sea feliz viviendo el momento al máximo. Aunque eso suponga atropellar a gente por pura distracción.
Los bomberos ya no se dedican a apagar fuegos, sino que se han convertido en guardianes de esa prohibición, quemando libros que arden a 451º Fahrenheit. Montag es uno de estos bomberos, al igual que lo fue su padre y su abuelo, y su vida discurre feliz hasta que se topa con Clarisse una joven de casi 17 años que hace preguntas demasiado raras. Montag empieza entonces a pensar...
Reseña
Uno de los clásicos de la novela distópica. Sorprende que estuviese escrita en 1953 porque lo cierto es que resulta terriblemente visionaria en ciertos aspectos de nuestro presente. El autor supo ver con clara nitidez la sociedad de masas en que vivimos, una sociedad muy acelerada, sin tiempo apenas para descansar, bombardeados de imágenes y anuncios de todo tipo, con grandes eventos deportivos cogiendo trascendencia inmerecida... Y en medio de todo esto, cada vez menos tiempo para la lectura reposada, para divagar y pensar. Con todo, del dicho al hecho hay un trecho y vistos los años pasados, la predicción del autor (que por algún sitio he leído que la hizo pensando en 40-50 años posteriores a su obra) se desvía bastante de lo que imaginaba para mal. Alguien le debería haber explicado que lo mismo hay libros malos como programas de televisión maravillosos.
Lo más positivo de la novela es ese alegato a favor de los libros. Siempre es necesario recordar la importancia que tienen éstos en la formación del espíritu crítico y del pensamiento propio. Ir leyendo libros cada vez más profundos ayuda a madurar. Obviamente, no es lo único importante, ahí tenéis a Reverte, un hombre muy culto y gran lector, al mismo tiempo que es uno de los mayores cuñados que tenemos por aquí. En este sentido, sobre todo en la recta final, el libro peca de caer en el clasismo y la pedantería más recalcitrante, cuando Montag encuentra hombres que son bibliotecas andantes que se erigen a sí mismos como los futuros salvadores de ese mundo en decadencia.
El segundo aspecto que ya sí me ha mosqueado muchísimo más es la misoginia que se desprende de sus páginas. Me explico. En este mundo que dibuja donde la televisión atonta a las personas, únicamente se habla de mujeres estúpidas y superficiales, sobre todo la esposa del protagonista, Mildred, y las amigas de ésta, que viven obsesionadas con la "familia" que forman con quienes ven en las pantallas. Aparte quedaría Clarisse, la chica que supuestamente es el detonante del cambio en Montag, algo que resulta no ser tal cuando descubrimos que conoció a un viejo profesor llamado Faber, años atrás. De no haber sido por él, habría pasado de la chica en cuanto ésta le intentó hablar por primera vez. Además, la joven, que prometía ser un personaje muy interesante, no tarda en desaparecer del libro convirtiéndose en una "mujer en la nevera". Igual que una señora que tenía libros en su casa y es denunciada, inmolándose con ellos. Otra mujer que alimenta la rabia del protagonista ante el mundo en que vive.
La cosa podría haber quedado en este recurso narrativo que hoy en día tiene hasta su propio nombre, pero no. Lo peor viene cuando hacia el final se da una lista de autores importantes. Sólo autores. No hay una sola autora en la lista. No hay mujer que haya escrito algo por lo que merezca ser recordada, según Ray Bradbury. De ahí que me haya detenido tanto en la introducción a la reseña. Esa invisibilización histórica es cabreante. Y más cuando en un posfacio escrito en 1993, el mismo autor habla de lo importante que fueron en su vida y su formación las bibliotecarias, las profesoras y las libreras ¡¡¡Menos mal!!! Nadie lo diría leyendo esta obra en que las mujeres o son tontas perdidas o son un mero motor para que el protagonista se convierta en el héroe que está destinado a ser. Y no me vengáis con la excusa de que eran otros tiempos porque no cuela, que ya hablamos de la década de los 50.
Esto resulta doblemente triste cuando tenemos un elenco de personajes masculinos profundos y con más o menos interés: Montag, el protagonista que sufre una evolución absoluta desde el inicio de la historia, con grandes dilemas internos, aunque cuya evolución es demasiado precipitada; Faber, el viejo profesor, cobarde y arrepentido por lo que nunca se atrevió a hacer y al que Montag le devuelve las ganas de "luchar"; Beatty, el capitán de los bomberos y, con diferencia, el personaje más fascinante e interesante de la obra: un hombre tremendamente ilustrado, por lo que debía haber leído mucho libros para poder citar tantos pasajes, y con una capacidad de argumentación casi irrefutable. Por no hablar que suya es la mejor parte del libro cuando le explica a Montag cómo se forjó el mundo en que viven, cómo pasaron los bomberos de apagar a quemar y por qué los libros son perniciosos. Por cierto, si os soy sincera, hasta que no llega esta parte (final del primer tercio del libro, más o menos), no me enganchó.
Creo que entre el casi-monólogo de Beatty y unos pocos pasajes e ideas más se resume todo lo que Bradbury quería contar, y parece que luego fuese rellenando los huecos intermedios con escenas y personajes con poco fondo o lógica interna.
Hablando de Beatty y su discurso, muy interesante en líneas generales pero en el que Bradbury esconde una idea que les encantaría a los "cuñados". Este pasaje: «A la gente de color no le gusta "El negrito Sambo"? Quémalo ¿La gente blanca se siente incómoda con "La cabaña del tío Tom"? Quémalo». Es decir, el autor está explicando cómo se llegó a la conclusión que era mejor eliminar los libros y para ello pone al mismo nivel un cuento que acabó siendo polémico, más por las ilustraciones racistas que por el cuento en sí, con una obra que retrata la esclavitud (por cierto, curiosamente, son las dos únicas obras de autoras que hay en todo el libro. Curiosamente, no salen sus nombres: Helen Bannerman y Harriet B. Stowe). Porque es igual la "incomodidad" del opresor que la lucha contra los estereotipos del oprimido. Como criticar una cosa está mal, criticar la otra también lo está ¿no? Creo que ni se planteó qué pasaría con las minorías en este mundo ficticio suyo. Me meto en su mente y sólo veo personas blancas.
En cuanto al estilo, no me ha terminado de convencer del todo. Hay cierto abuso de escenas metafóricas y lenguaje un tanto rimbombante y recargado que en ocasiones, lejos de producirme impacto o generar la emoción buscada, me sacaba de la lectura.
Teóricamente, estamos ante una joya, pero no puedo olvidar el regusto amargo que me han dejado esos puntos flojos. Y más reflexiono sobre la novela, más detalles mosqueantes voy sacando y la nota que le pongo va bajando más y más. Hay machismo, hay clasismo y hay cierto tufo a cuñado anti-tecnología, pues no hay avance bueno en toda la obra que merezca ser alabado, ni el aparato que le salva la vida a Mildred, después de haberse atiborrado de pastillas, merece las alabanzas del personaje/autor.
Con todo, lectura que hay que probar al menos una vez. Aunque aviso, a quienes sois amantes de los libros, os dolerá un poco cada vez que se lee que han quemado uno ¡Ay!